11 jun 2008

SIN PASAPORTE


Se le quedó el corazón como una ciruela pasa, que le atoraba la garganta. ¡Tanta penuria, tanto sufrimiento para nada! Pita tiene el cuerpo húmedo, arrugado por el frío. La boca como arena del desierto. El cabello encrespado, los ojos opacos.
- ¡ Que no me encuentre! Si tan sólo alguien me ayudara... siento las piernas como trapos. Sólo te pido, Diosito, que no me agarre. Tengo mucho miedo.
Los ojos de él recorren los caminos, su linterna, faro perverso, que ilumina hasta el último rincón de los matorrales.
- No te me vas a escapar, tú no. Te voy a encontrar.
Escondida entre la maleza, Pita contiene la respiración. Quisiera callar
el ruido del latido de sus sienes. Acurrucada en los recuerdos espera a que amanezca. Vuela a México. Se imagina segura en el calor de la cocina. Los frijoles en la olla.
- Me voy a los Estados Unidos, señora.
- ¿Estás segura, Pita?
- Sí.
- ¿Con quién vas, cómo?
- Mi primo Florencio nos va a acompañar a mi hermana Alejandra y a mí hasta la frontera, ahí un cuate nos pasa.
- ¿Cuánto les va a cobrar?
- Mil dólares a cada una y si nos agarran nos pasa de nuevo gratis.
La despedida con el sabor de dieciocho años juntos.¡Toda una vida¡
- Pitita, si se te atora algo o no encuentras trabajo, te regresas. Tú sabes que ésta ha sido y es tu casa. Te vamos a extrañar mucho.
- Y yo, señora. Ustedes son mi verdadera familia, pero tengo treinta y cuatro años. Me tengo que ir. Es ahora o nunca.
La señora la mira, ve a la muchachita que hace dieciocho años llegó a su casa sin hablar español, con “jiotes” en los brazos por la anemia, con ese cojear rítmico producto de una lesión congénita en la cadera. Ahora, con la preparatoria terminada, los ojos espejo reluciente, se va.
- Comunícate conmigo en cuanto puedas. Me quedo muy preocupada.
- Yo le hablo. La quiero mucho.
- Y yo a ti, Pitita.
El adiós se hizo abrazo interminable.
Pita sorbe la sal de sus lágrimas: ¡Soy una pendeja! ¿Por qué no aprendí a nadar? Por mi culpa se dieron cuenta los de la patrulla. Claro, con tremendo escándalo que armé al sentir que me ahogaba. Ahora ¿cómo me encuentro con los demás? ¡Pues yo, no me regreso! ¡Pinche frío!
Al levantar la vista el temblor de su cuerpo choca con el azul indefinido de los ojos del guardia fronterizo que le clava los dedos en el brazo, la levanta como a un trapo, la sostiene frente a él. A rastras, peleando con la dignidad otomí, la sube a la patrulla. Enciende la torreta. Empieza a amanecer, se dibujan en el horizonte las siluetas de los que hoy, fallaron en el intento.
Un corralón es la oficina de la patrulla fronteriza con su olor a tristeza y sus escritorios metálicos.
- ¡Enséñeme sus papeles!
Ella extiende la mano derecha, en la que atesora una estampita arrugada de laVirgen de Guadalupe.
El guarda sonríe.
- Estoy hablando en serio.
- Yo también. Es el único papel que tengo.
- Cuando estuve en tu país fui a la Basílica.
“Y ni con eso se educó”, piensa Pita. El guarda continúa:
- Los mexicanos piensan que todo es fácil, que se pueden meter a Los Estados Unidos como si fuera su casa, se equivocan, ésta no es su casa.
Pita continúa con la mano extendida. En silencio. La imagen de la Virgen nada en los ojos del guardia.
- ¡Vete!
El guardia de espaldas a Pita, ordena a los dos hombres que custodian la puerta: ¡Déjenla salir!
Sentada en la banqueta le platica a la estampa arrugada de la Guadalupana: Gracias Virgencita, tú perdonarás mi necedad pero a como sea voy a pasar al otro lado ¡Antes me muero, que regresar fracasada!
En la esquina se apareja con Florencio.
- Que lucky, manita?
- ¿Cuándo lo volvemos a intentar, Florencio?
- Take it easy mi Pita, por ahorita hay que esperar...

9 jun 2008

PUEBLA DE LOS ÁNGELES


Acurrucada en la mañana de la vida, miro el pasado y el presente al mismo tiempo. Voy por los paisajes reconociendo tramo a tramo las orillas de la carretera. Ensimismada en los nuevos proyectos subo por la espiral del futuro.
Otra vez estoy sentada aquí como hace tiempo, los volcanes cuidándome. Con solo girar la cabeza un poco le regalo a mis ojos los azules. El sol sigue a los rayos camino de regreso a su guarida. No sé qué tienes, Puebla que me llenas las manos de palabras, que aquietas los aleteos de mis ideas. Haces, que aunque sea tonterías, escriba...

8 jun 2008

UN CAPUCHINO CON HISTORIA



Mientras preparo su café, ella, ojea con la mirada las portadas de las revistas. Debe tener unos sesenta años ¿o serán cincuenta y cinco? Ya sabes como son esas mujeres de provincia, de movimientos cortos, de mirada cálida. Sin conocerlas, uno adivina que cocinan delicioso y que saben cuál es el té que se necesita para cada dolencia.
Me pregunto si viaja sola. Se ve contenta, relajada.
- ¿De vacaciones?
- Voy a ver a mi hijo que vive en Monterrey
Espumo la leche. Se forman en el vaso los copos blancos.
- Sabe usted yo soy de Michoacán y mi hijo más pequeño vive fuera desde hace cuatro años.
- Lo debe extrañar mucho.
- Sí. Un día sin consultarme se fue. Tal vez fui una madre posesiva. Me dediqué diez años cuidar a mi padre que padecía la enfermedad del olvido. Como soy viuda, mis hermanos decidieron que yo era la indicada para cuidarlo porque no tenía marido que atender. Viera que difícil, por eso me ve tan acabada.
Mentí.
- ¡Qué cosas dice! Se ve usted muy joven.
Pareció no escucharme.
- No se crea que siempre fui así. Cuando me casé tenía muy buen cuerpo y mi esposo me celaba mucho. Él murió muy joven. ¡De loca me casaba otra vez!
Lleva buena ropa, zapatos finos. Mi mamá decía que para saber con quién tratas vasta con mirarle los zapatos, lo dicen todo. Los de está señora son de piel negra, clásicos. Zapatos poco caminados.
- La historia de mi marido fue especial. Desde que lo conocí se la pasó diciendo que se moriría a los treinta y un años y que sería muy rico ¡imagínese murió al día siguiente de cumplir treinta y un años y muy rico!
- ¿De que murió?
- Su familia dijo que tenía leucemia. ¿Usted cree? De haber tenido esa enfermedad yo no me habría dado cuenta? Todo fue para quedarse con lo del tesoro.
Un señor me pide dos chicles y otro más la revista proceso. La señora le pone azúcar a su café mientras los atiendo.
- ¿Qué me decía de un tesoro, señora?
- Que un mes antes de morir, mi marido se encontró un tesoro. Yo creo que respiró el polvo del cofre y eso lo enfermo. Ya sabe que en la revolución las personas enterraban sus dineros y eso fue lo que pasó en su rancho. Lo bueno es que se le cumplió el gusto, murió de treinta y un años y rico, aunque solo fuera un por mes.
Estoy tan metida en el relato, que ni cuenta me doy: hay cuatro personas esperando capuchinos. La señora me paga, sin que yo pueda evitarlo se aleja. Me quedo llena de preguntas ¡Qué historia!

4 jun 2008





EL CAPRICHO

Nací con el ultimo martillazo de mi padre. La diferencia entre mi hermano y yo son las tendencias. Él hacía la derecha, yo a la izquierda. Para su desgracia nos compró una zurda. Voy siempre un paso adelante, a contra ritmo del mundo.
La primera vez que ella nos vio, se le pusieron las mejillas casi del color de nuestra piel. Sus ojos nos miraron con codicia.
Al deslizar su pie desnudo en mi, adivine que con esa mujer, conocería el mundo.
A través de los latidos de su corazón acelerado, al abrochar mi pulserita a su tobillo, me llegaron esas ganas de arrancar suspiros que hacen que mi dueña se levante por las mañanas.
- ¡Me los llevo puestos!
Salimos a la calle. Se termina la sensación mullida de la alfombra. El pavimento caliente me duele. Por suerte tiene coche con chofer, sería terrible tocar esos pedales de hule tosco.
Me siento halagado, nos presume.
- ¿No son divinos? Los estoy estrenando.
En el escaparate con tantos compañeros a mí alrededor no lucíamos así. Ahora soy único.
El cielo se nubla. Bajamos del auto. ¿Qué es esto? Me salpican gotas de agua lodosa. Pasa su mano por mi piel manchada. Con enojo me azota contra el suelo, como si yo tuviera la culpa. Fue ella la que se metió en el charco.
Llegamos a casa. Me confortan sus caricias con la franela suave. Entramos en su closet. Es increíble. ¡Qué cantidad de compañeros! Los hay de todos los colores y estilos. Me miran indiferentes. En su momento, ellos también se sintieron únicos.

15 may 2008


LOS COLIBRÍES, GUERREROS DEL SOL

Melquíades, el yerbero, tenía su puesto en el mercado de Sonora. Los sábados por la tarde, guardaba cuidadoso en los guacales; las raíces, las yerbas, los preparados y los objetos de poder, buenos aliados a la hora de curar los males. Cerraba su local, a paso lento se dirigía a su casa, un pequeño apartamento en la colonia Obrera.
Apenas amanecido el día, despertar del domingo, se vestía con sus ropas de azteca para ir a danzar al zócalo de la gran ciudad. Murmuraba cantos mientras amarraba los cascabeles de semillas a sus tobillos. Sacaba del ropero el penacho. Acariciaba las plumas que orgullosas se mecían al viento como hojas de palmeras.
Cuando decía que los danzantes eran como los planetas que giraban en torno al sol, los ojos le brillaban como capulines de obsidiana. Su pacto era con la naturaleza. Recordarás lo que nos contó: Cuando los guerreros aztecas morían en los combates sus almas volaban al sol para fundirse en él. Es entonces, que el dador de la vida, los convertía como premio a su valor en colibríes.

10 may 2008

El ático de mi vida


Subo al ático de mi vida. Escalón por escalón. Con las palmas de las manos recorro paredes de recuerdos. Los olores llegan fáciles, así, como llegan las alegrías. La colonia Sanbors me trae los naranjos en flor. Despiertan mis pies a la añoranza. Recuerdo el masaje después del baño “para que no le entre el frío a mis patitas de rana” diría mi nana María. De tanto recordarla, se me desgastó su voz. Si por lo menos supiera dónde esta, la buscaría. La abrazaría, un abrazo espejo, sabor a risa, a recuerdos guardados. Nos amarrarían lazos de murmullos, tiernos como brotes de alfalfa.
A los dos años se tienen los ojos así: chiquitos. Se fija uno en las cosas pequeñas de la vida. Las motitas de polvo baila y baila entre los rayos del sol. Ese sol que calienta el alma cuando se hacen invierno los sentimientos.
¡Qué ocurrencia de mi hermano Alfonso! Llenar mi cuna cada semana con globos de colores. Por eso algunas noches sueño que nado en el rojo, en el azul, el amarillo, por eso en ocasiones me gana la risa.
- Alfonso, si sigues jugando con la niña, la vas a poner nerviosa, luego no hay quien la duerma.
- La llevo a pasear en la carriola y se calma.
Vivíamos en la calle de Niza. Lo que es hoy la Zona Rosa. Una casa con balcones de cantera. Herrería negra. Tres apartamentos. El sol calentaba el parqué en la recámara de mis padres. Me sentía segura, aquerendada.
- María, llena la tina.
- Sí, señora pero usted cuide a la niña, ya ve como le gusta meterse vestida a jugar en el agua. Luego se enferma, y ahí está, chille y chille.
Por aquel tiempo hicieron nido en mí varios placeres. Forman parte de mi esencia. El agua, tirar cosas por el balcón para verlas caer. Pero sobre todas las cosas, el agua ¡cómo me gusta!
- ¡María, saca a la niña de la tina!
- ¡Ay patitas de rana! nomás porque te quiero mucho, pero qué latosa eres. No me mires así, parece que te fuera yo a matar. Escuincla mustia.
Colonia sanborns la cueca de sus manos. Otra vez mis pies reclaman el recuerdo.
Un día mi hermana Rosita sembró una planta de papa en la jardinera del garaje. Entonces supimos lo que sienten los campesinos. Mirar al cielo, esperar. Subir y bajar a cada rato para ver si crecía. Entre escenas borrosas, mi mamá, su risa, su amoroso calor, agua de estrellas, sus ojos negros. Ojos que sabían encontrar verdades en los nuestros.
- ¡Pobre planta, la van a ciscar de tanto mirarla!
Admiración total. El tallo crece. La vida era más lenta. Los placeres más simples.
Traigo en la mente un eco: la imagen de esos días. Tal vez por eso no regreso a la calle de Niza, para no echar a perder mis recuerdos.

8 may 2008




EL INICIO DE UN NEGOCIO

AEROPUERTO DE TOLUCA OCTUBRE DE 2005

La noche se puso intransigente, le prohibió salir a las estrellas. Afuera, la lluvia necia, constante. Para ir de la sala uno (nacional) a la plataforma tenemos que pasar una rampa. Alvaro jala del carrito con una barra larga de metal y yo lo empujo. Me emociona el peligro de la pista de aterrizaje. En los hangares, las avionetas esperan tranquilas a que amanezca. Las lucecitas rojas en el suelo son un camino al infinito.
- ¿Qué es esto? ¡Está inundado!
El agua me llega a los tobillos. Vamos por los charcos. Frente a mis ojos solamente la formica roja. La sala dos esta cerca pero la lluvia me hace larga la distancia.
Llegamos a la sala 2 (internacional). Las guardias de seguridad revisan los arcos detectores de metales. Alvaro y yo mientras nos sacudimos el agua abrimos el carrito.
- Estamos con el tiempo justo.
- ¿Tienes las llaves de los candados?
- Sí, yo los abro, mientras tú, prende la cafetera.
El carrito rojo abre sus puertas como brazos amorosos. Aparecen las caras de las artistas, las noticias del momento, chocolates, chicles medicinas, botellas de agua y collares Típicos.
En pocos minutos el aroma del café hace pinza en la nariz de los primeros pasajeros que obedientes se acercan siguiendo el camino invisible.
- ¿Ya viste el grupo de rastafarios?
- Qué asco, seguro que se bañaron hace un mes.
Son como veinte muchachos con las cabezas llenas de rastas. Los pantalones y las camisetas guangas. Desprecian las sillas, invaden el suelo junto a nosotros.
Es difícil pasar al frente del carrito con estos tipos estorbando.
- ¡Cuidado!
Me tropiezo con uno de ellos. Me voy al suelo con todo y un revistero. En fracción de segundos, junto a mí, deteniéndome del brazo “Tango” el jefe de seguridad.
- ¿Se encuentra bien, señora bonita? Afuera están los paramédicos en la ambulancia.
- Gracias, Tango, estoy bien, no fue nada.
- ¿Seguro?
Me ayuda a levantarme.
- Para cualquier cosa que necesite voy a estar cerca.
Los jóvenes se ven indefensos frente a su mirada.
La sala se llena poco a poco. Pasa el incidente, comienza el baile de los capuchinos.
Es curioso, el mostrador, en lugar de separarnos nos acerca. La gente, con el ánimo del viaje, me platica sabroso mientras les preparo el café. Me olvido de que tengo la ropa empapada y de que el trancazo sí me dolió.